domingo, 7 de agosto de 2011

Querido Nadie

Me flaquean las fuerzas. Mi resistencia comienza a mermarse.
Comienzo a pensar que lo más sensato es una retirada a tiempo, que debo dar la guerra por perdida. Sé que mi rival no es más fuerte que yo, pero no puedo combatirlo.

¿Cómo impedir que conviertan en cecina una fortaleza, si desde dentro de la misma abre las puertas de par en par para darle paso al enemigo?

Es una batalla injusta, estoy en clara desventaja. Esta siento una guerra de desgaste total y absoluto. Y para colmo no tengo ni un atisbo de esperanza ni ayuda. Mi humilde ejército está luchando cuerpo a cuerpo contra una gran potencia bélica, que conoce a la perfección las tácticas de combate y el campo de pelea. Y a pesar de ello, la propia fortaleza que intenta derribar le brinda auxilio.

Sé que de estar en igualdad de condiciones, podría llegar a tener posibilidades de ganar, no solo una batalla o dos, sino cualquier guerra a la que dicho enemigo quisiera enfrentarme. Pero en estas condiciones veo que mi esfuerzo es inútil. Comienzo a quedarme sin recursos, hay más bajas que soldados en pie, y los heridos triplican a los ilesos.
El honor y el coraje abogan por luchar hasta el final, por defender la fortaleza con uñas y diente, por cumplir la misión hasta que caiga el último hombre.
Pero tanto tiempo de lucha agota al ejército, muy pocas fuerzas y muchas injusticias. La motivación no lo es todo, no puede obrar milagros.

Aunque sea la decisión más insensata, pienso seguir luchando, al menos por ahora. Pero cierto es que comienza a calar la idea de que no merezca la pena tanto sufrimiento.

Sin mayor demora se enfunda la armadura esta militar:
Sin Remite

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